viernes, 13 de marzo de 2015

La alubia

Yo, la alubia

Cuando me desperté, no sabía dónde me encontraba, todo estaba muy oscuro y era incapaz, de visualizar algo aunque... sentía que había muchas más alubias como yo en aquel recóndito lugar.
Un día, de repente, vi la luz.

Me sembraron y después de esto comencé a imaginar cómo sería mi vida al empezar a salir de la profunda tierra a la luz del día.

Varios días más tarde, con muchas ideas en "mi cabeza" y siendo consciente de dónde estaba y de lo que ocurría a mi alrededor se fueron aclarando mis ideas: cada vez veía todo más claro, mis sensaciones cuando estaba en la oscuridad iban cambiando ya que iba sintiendo que a mi alrededor había millones de alubias parecidas a mi. 

Poco a poco he ido creciendo lo suficiente como para no estar tocando la tierra.
Sé que soy una alubia llamada Alubia, y vivo en un pequeño huerto cercano a un hermoso caserío. Todas las de mi especie somos Eusko Label pero nos diferenciamos, entre nosotras, en el origen de cada una: alubias de Gernika, la alubia pinta alavesa y yo, la alubia de Tolosa.

Tengo el deseo de conocer a más alubias de orígenes diferentes al nuestro, y con esto no quiero decir que las de aquí no me gusten, al contrario, me encantan. Ellas forman parte de mi familia pero nunca tenemos la oportunidad de conocernos a fondo ya que cada día vienen dos hombres a recoger algunas y, a veces, a plantar más. Las alubias que recogen, se las llevan con ellos para no regresar por lo que en cuanto comenzamos a conocernos termina nuestra relación.

Una soleada y espléndida mañana sentí que unas suaves manos me cogían despertándome así sobresaltada y sin saber a dónde me llevarían. Me metieron en un saco enorme en el que había millones de alubias como yo. Cerraron el saco bruscamente y nos dejaron en una especie de fábrica. En este lugar había mucha gente, trabajadores que nos iban depositando en pequeñas bolsitas a las que una vez cerradas ponían el sello de "Alubia Eusko Label". Cuando todas estábamos en las bolsas nos metieron en un gran camión en el que desde aquella profunda oscuridad esperábamos la llegada del desconocido destino.

¿Cuál era ese destino? Un lugar lleno de comida, no había otra cosa. Yo miraba a mi alrededor y me daba cuenta de que frente a mi podía contemplar todo tipo de productos con la marca Eusko Label. No sólo eran alubias sino también verduras, fruta..., de todo tamaño y color.

Pero hubo algo que me produjo una alegría inmensa y una profunda sensación de bienestar: el poder ver a las alubias de Gernika, junto a las de pinta alavesa y a las de Tolosa. ¡Qué alegría encontrarnos todas allí!. Aunque por desgracia era imposible poder comunicarnos o relacionarnos entre nosotras porque todas estábamos metidas en diferentes bolsitas, seguramente para identificarnos mejor y clasificarnos según nuestro origen.

Según transcurría el tiempo iba comprendiendo todo, poco a poco empezó a entrar gente y a coger cosas de las estanterías. Pasó mucho tiempo hasta que de repente sentí unas pequeñas manos calientes que cogía la bolsa de alubias a la que yo pertenecía. Pasamos por una pequeña caja y de la caja otra vez a las pequeñas manos del niño que parecía muy feliz al respecto. Llegamos a una casa grande con juguetes por medio y recién llegados el niño se puso a jugar con ellos mientras la madre nos ponía en la encimera. No lograba comprender como podía divertirse tanto con unos cuantos trozos de plástico y madera pero antes de que pudiera averiguarlo nos metieron en un pequeño, oscuro y ajustado armario.

El siguiente día estaba lloviendo, pero eso no quitó al niño la ilusión con la que nos sacaba del armario y nos llevaba a un sitio llamado colegio que por lo que había oído los humanos lo usaban como sitio para aprender nuevas cosas.

Al llegar a su aula del colegio, vi que como en él había muchos niños más, y cuando la profesora entró, abrió la bolsita y de todas me eligió a mí, cosa que me sorprendió, ya que fui de los últimos en salir de mi pequeña huerta. Me metieron en un vasito de yogur cubierto de tierra. A los días siguientes me sentía un poco mareada ya que no era capaz de ver nada y sentía que día a día mi cuerpo estaba cambiando. 

Poco tiempo después, pude ver el brillante sol reluciendo, y pude ver todo, al parecer estaba en una ventana, pero cuando mire mi reflejo en ella, vi que había cambiado radicalmente, ahora era una bella flor colgada de la ventana del colegio de mi nuevo amigo, que cada día excepto los festivos me iba a visitar y a regarme. Y me doy cuenta, de que a pesar de que no he podido conocer a las alubias de Gernika ni a las de pinta Alavesa, he conseguido algo mucho mejor, un amigo al que en un largo tiempo le tendré y le veré crecer, y no puedo imaginar un final más feliz que éste.

Garazi Altza 3.B

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